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El Mundo del Yoga

Que el eterno Sol te ilumine

Cuidar un jardín es una forma de meditación

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El sonido quedo de una manguera dispersando agua se cuela en las habitaciones de un pequeño hotel rural. Dominique está regando su jardín. Y su figura mansa y ensimismada, transmite paz a todos los que captamos la escena. «Es como hacer yoga –dirá cuando nos acerquemos–, me permite respirar».

Para este antiguo interiorista, ver a sus huéspedes disfrutar de la sombra, el frescor y el cobijo de los árboles que un día plantó es una satisfacción no conocida en su vida anterior. Mira hacia una de sus acacias y escucha el viento que atraviesa el follaje. «Es una maravilla», dice casi para sí mismo.

Los jardines dicen mucho de nosotros y de la sociedad

Cada jardín refleja a su creador

Umberto Pasti escribe en Jardines. Los verdaderos y los otros (Elba, 2014) que un jardín se parece a quien lo ha concebido, que refleja sus aspiraciones, habilidades, locuras y virtudes. «Tu jardín eres tú mientras lo haces».

En esa labor de creación se plasman nuestros ideales de vida, con la búsqueda de sosiego y de libertad interior, pero también nuestra vanidad y nuestras inseguridades y contradicciones, expresadas en numerosos pasos en falso.

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Aunque también estos errores son importantes: «No solo porque gracias a ellos aprendes lo que no hay que hacer sino porque en ellos expresas algo profundamente tuyo, tu identidad».

El aprendiz de jardinero –y todos dicen serlo– prueba, se equivoca, se obstina, sufre grandes decepciones y, de vez en cuando, logra alguna satisfacción… que le anima a seguir cometiendo errores, cuenta divertido Pasti.

Un jardín no se acaba nunca, se transforma

Un jardinero entiende pronto que su jardín, como toda empresa humana y como el mundo, nunca va a estar acabado. Está vivo y, por lo tanto, se transforma.

Uno de los aprendizajes más importantes que señalan los aficionados a la jardinería es el del tiempo: cultivar plantas no admite prisas ni aceleraciones; al contrario, exige un respeto a los ritmos naturales, esos a los que –no hay que olvidarlo– nosotros también estamos sujetos.

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Las semillas germinan en secreto, la primavera se prepara en otoño y muchos de los árboles plantados hoy solo podrán ser disfrutados plenamente por generaciones futuras.

Uno puede empezar a llamarse jardinero cuando halla placer en esta rendición a las leyes que rigen lo viviente. Es más, «eres jardinero si en esta sumisión sabes reconocer tu libertad», resume Pasti. «Se trata de una extraña propensión a olvidarte de ti mismo», concluye.

Debemos asumir que todo lo bueno que ocurra en un jardín se debe en gran medida a razones ajenas a nuestro trabajo y a nosotros mismos. Si fructifica es porque habremos accedido a colaborar con lo que esa tierra está llamada a expresar a través de nosotros.

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La particular sintaxis de la jardinería pide un ejercicio de atención, una apertura que permita llegar a comprender qué es lo que desea una planta o una tierra. Se trata de trabajar a su favor, darle lo que se adapta a sus características.

Un problema, como un suelo no suficientemente ácido o en pendiente, quizá no lo sea realmente y tan solo haya de ser considerado un punto de partida. De nada sirven nuestras ideas y nuestros libros: las enseñanzas del jardín pasan por hacer y observar.

Cultivar un jardín nos permite volver a conectar

El filósofo Mark C. Taylor cuenta en Reflexiones sobre morir y vivir (Siruela, 2013) que en una ocasión consiguió la ayuda de su hija para llevar a cabo su ataque anual a los dientes de león que creía que arruinaban su terreno.

«Poco dispuesta a trabajar, igual que su padre años atrás, un día me preguntó: “Papá ¿por qué no nos gusta que haya bonitas flores amarillas en la hierba pero sí en el jardín?”. Yo no tenía respuesta, así que le dije que podía irse. Lo que nunca admití ante ella fue que debido a su pregunta abandoné mi batalla contra los dientes de león.»

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«Las malas hierbas son malas hierbas porque no encajan en nuestra cuadrícula, pero siempre hay otras cuadrículas y a veces no hay ninguna cuadrícula. Las malas hierbas, como las flores, son expresiones de la exuberancia infinita de la naturaleza».

El jardín –recuerda también Pasti– no puede nacer de la violencia ejercida sobre la tierra: «Hacer un jardín es rendirse a él». Después de dos décadas de jardinería, el único consejo que se atreve a dar a quienes están empezando es: «Piénsatelo mucho antes de eliminar cualquier forma de vida vegetal del lugar donde te dispones a plantar tu jardín».

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El cultivo de un jardín es una oportunidad para volver a la tierra, esa en la que con toda probabilidad habían hundido sus manos nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Parecemos necesitar más que nunca esa tierra en la que se encuentran nuestras raíces y que nos proporciona buena parte de lo que comemos.

Recuperar la comunicación con la tierra, revolverla y prepararla para un nuevo crecimiento, puede abrirnos a una relación distinta con el mundo, más elemental.

Fuente: Cuerpo y mente

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