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Que el eterno Sol te ilumine

Los 4 tipos de ansiedad y sus causas

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Los diversos tipos de ansiedad derivan de cuatro formas básicas: el miedo a ser, el miedo a desaparecer, el miedo a permanecer y el miedo a cambiar.

La ansiedad es parte inevitable de la vida. Bajo formas constantemente cambiantes, nos acompaña desde la cuna hasta la sepultura. La historia de la humanidad ilustra nuestro interminable esfuerzo por gobernar la ansiedad, para aliviarla, superarla o vencerla.

¿Qué provoca la ansiedad?

Magia, religión y ciencia lo han intentado; la seguridad de creer en Dios, el amor devoto, descubrir las leyes de la naturaleza o el ascetismo y la perspectiva filosófica no eliminan nuestro miedo, pero pueden ayudar a aliviar su peso y, tal vez, a emplearlo fructíferamente en nuestro desarrollo.

La creencia de que es posible vivir sin ansiedad seguirá siendo una de nuestras ilusiones. Lo único que podemos hacer es intentar cultivar fuerzas que la contrarresten: coraje, confianza, sabiduría, poder, humildad, fe y amor. Estas pueden servirnos para aceptar la ansiedad, manejarla, conquistarla una y otra vez.

Deberíamos observar con escepticismo cualquier método que nos prometa una vida sin ansiedad; no hace justicia a la realidad del ser humano y da lugar a expectativas ilusorias.

Si por un momento observamos la ansiedad “sin ansiedad”, veremos que juega un doble papel: por un lado, puede estimularnos; por otro, puede paralizarnos. La ansiedad es siempre una señal de advertencia en caso de peligro, pero al mismo tiempo nos impulsa a superarlo.

El camino a la madurez

Aceptar y saber manejar la ansiedad nos permite madurar un paso más. Evitar la ansiedad y la necesidad de dominarla, por otra parte, hace que nos estanquemos, dificulta nuestro desarrollo y provoca que sigamos siendo niños en todos aquellos aspectos donde el obstáculo de la ansiedad no ha sido superado.

La ansiedad siempre asoma cuando nos encontramos en una situación a la que no podemos hacer frente, o que todavía no estamos preparados para afrontar. Todo desarrollo, todo paso en el camino hacia la madurez, es causa de ansiedad, pues nos conduce a algo nuevo, algo desconocido para lo cual todavía no hemos desarrollado las habilidades necesarias.

Junto a la atracción de lo nuevo, el amor por la aventura y la emoción del riesgo, toda novedad, todo lo desconocido y experimentado por primera vez, contiene una dosis de ansiedad. Y como nuestras vidas nos llevan constantemente hacia territorio desconocido, la ansiedad es nuestra constante compañera.

Generalmente somos conscientes de ello en fases importantes de nuestro desarrollo, cuando hay que emprender nuevas tareas y llevar a cabo cambios. Desarrollarse, convertirse en adulto y madurar tiene, por lo tanto, bastante que ver con dominar la ansiedad.

Las formas básicas de la ansiedad

Además de estos miedos, existe una plétora de ansiedades individuales que, a menudo, no podemos comprender en los demás si nosotros no las sentimos: la soledad, las aglomeraciones, los aviones, las arañas, los ratones… Pero por muy variado que pueda parecer el fenómeno de la ansiedad, siempre son variaciones de lo que yo denomino “formas básicas de la ansiedad”, que están relacionadas con nuestra mentalidad respecto al mundo, nuestra forma de verlo y nuestro posicionamiento en él.

Hemos nacido en un mundo, nuestro planeta, que obedece a cuatro poderosos impulsos. La Tierra gira alrededor del Sol siguiendo un movimiento que llamamos de traslación. Al mismo tiempo, la Tierra también gira alrededor de su propio eje en un movimiento que llamamos de rotación. Esto pone en marcha otros dos impulsos contradictorios o complementarios que hacen que nuestro sistema se mueva continuamente, pero según un curso preestablecido: la fuerza de la gravedad y la centrífuga.

La fuerza gravitacional mantiene a nuestro planeta unido, fijándolo hacia su centro. La fuerza centrífuga, sin embargo, empuja hacia el exterior, impeliéndonos hacia el infinito. Solo el equilibrio entre estos impulsos garantiza el orden natural en el que vivimos y que llamamos cosmos.

De acuerdo con esta analogía, todos estamos sujetos a cuatro imperativos fundamentales que se reflejan en forma de impulsos, cada uno contradictorio pero, al mismo tiempo, complementario de los demás.

Rotación

El primer imperativo –que, siguiendo esta alegoría del cosmos, corresponde a la rotación– es que cada uno de nosotros debería convertirse en un individuo único, afirmando nuestro ser y nuestros límites con los demás, desarrollando una personalidad inimitable y diferenciada del resto.

De ahí surge la ansiedad que nos atenaza cuando nos separamos de los demás y caemos fuera de los parámetros habituales de seguridad, pertenencia y comunidad, lo que implicaría soledad y aislamiento.

Traslación

El segundo imperativo, que correspondería al movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol, es que debemos abrirnos con confianza al mundo, a la vida y a los demás, que deberíamos comprometernos a lo no-egoico, a lo que nos es extraño, al intercambio con lo que está fuera de nosotros.

De ahí se deriva, no obstante, la ansiedad de perder nuestro ego, de volvernos dependientes, de entregarnos, de no ser capaces de vivir nuestra vida de acuerdo con nuestro ser, de sacrificarlo por otros y, bajo las exigencias de la adaptación, tener que renunciar a demasiado de nosotros mismos.

Así, la primera paradoja es que la vida nos pide que vivamos según los preceptos de la autopreservación y la autorrealización y, a la vez, según los de entrega y superación del ego.

Fuerza centrípeta

El tercer imperativo, que correspondería a la fuerza centrípeta de la gravedad, es que deberíamos buscar la permanencia, asentarnos y planificar nuestro futuro, ser tan ambiciosos como si fuéramos a vivir para siempre, como si el mundo fuera un lugar estable y el futuro, predecible.

Este imperativo conlleva todas las ansiedades relacionadas con nuestra conciencia de mortalidad: el miedo de aventurarnos en lo desconocido, de hacer planes a oscuras, de dejarnos ir con el flujo de la vida que nunca se detiene.

Sin embargo, si tuviéramos que renunciar a la permanencia, seríamos incapaces de crear y realizar nada; todo cuanto producimos debe tener algo de permanente, si no, ni siquiera intentaríamos alcanzar nuestros objetivos.

Fuerza centrífuga

Por último, el cuarto imperativo, correspondiente a la fuerza centrífuga, espera que siempre estemos dispuestos a cambiar, a renunciar a lo conocido, a abandonar costumbres y verlo todo como meramente transitorio. Así se dibuja la segunda antinomia: debemos aspirar a la permanencia y al cambio a la vez.

Existen 4 tipos de ansiedad

Las cuatro formas básicas de la ansiedad, por lo tanto, pueden resumirse en:

  1. El miedo a renunciar a uno mismo, a experimentar la disolución del ego y la dependencia.
  2. El miedo a autorrealizarse, sentido como desprotección y aislamiento.
  3. El miedo al cambio, experimentado como transitoriedad e inseguridad.
  4. El miedo a lo permanente, experimentado como irrevocabilidad y esclavitud.

Todas las posibles formas de la ansiedad son, en última instancia, variaciones de estas cuatro y están conectadas con los cuatro impulsos básicos que son parte de nuestro ser, y se complementan y contradicen.

La prevalencia de una u otra de estas cuatro formas determina nuestras estructuras de carácter, cuatro maneras de estar en el mundo, con todas sus variaciones y grados. Cuanto más marcada y unilateral sea la estructura de la personalidad aquí descrita, más probable es que surja de desórdenes en el desarrollo en la temprana infancia.

A la vez, sería signo de buena salud mental si uno consiguiera vivir con los cuatro impulsos básicos en equilibrio dinámico; esto significaría que la persona habría lidiado con las cuatro formas básicas de la ansiedad.

Las cuatro estructuras de personalidad son normales, con ciertas acentuaciones. Si estas son marcadamente unilaterales, dan pie a las cuatro grandes variantes neuróticas del carácter descritas por la psicoterapia y la psicología profunda: esquizofrenia, depresión, compulsión e histeria.

Fritz Riemann (1902-1979). Psicoanalista. Una de sus obras más conocidas es Anxiety (Reinhardt), a partir de la cual se ha editado este artículo.

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