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Cómo usar el dolor para comprender tus emociones

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Nunca he tenido una enfermedad demasiado grave. Sin embargo, desde mi adolescencia, el dolor en el cuerpo ha sido una constante.

El primer malestar fue en la cabeza. No recuerdo demasiado bien cómo fue el proceso, porque apenas tenía 12 ó 13 años. Sólo conservo en la memoria el momento en el que un neurólogo me diagnosticó migraña.

Me recetó un medicamento.

Más adelante, cuando cumplí los 18, visité varios dentistas. Al dolor de cabeza, se le habían añadido los dientes y las mandíbulas. Tras varias pruebas, concluyeron que debido al estrés apretaba los dientes mientras dormía, provocando una tensión llamada bruxismo.

Me construyeron una férula de descarga para no dañar el esmalte, pero no me dieron ninguna solución concluyente para resolver el dolor.

4 años más tarde, con 22, empecé a tener fuertes punzadas durante mi menstruación. Hasta entonces nunca había tenido demasiadas molestias. En unos meses, pasé de un leve entumecimiento en el vientre a retorcerme por los calambres.

En esa misma etapa, la ciática y la ansiedad llegaron a mi vida.

En mi caso, la ciática se producía por una gran tensión muscular que pinzaba el nervio ciático, el que recorre la base de la columna vertebral hasta el pie. Debido a ella, tuve cojera en muchas ocasiones.

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La ansiedad llegó en forma de explosiones de llanto, acompañadas por una fuerte presión en el pecho. No podía controlarlas ni sabía de dónde venían.

Siempre fui al médico en busca de respuestas, pero nunca encontré una solución definitiva a mis dolores.

De hecho, si el primer neurólogo al que acudí nos hubiera recomendado, a mi madre o a mí, aprender a gestionar mis emociones, es posible que me hubiera ahorrado unos cuantos malestares.

Con el tiempo, comprendí que mis dolores eran lo que se conoce como somatizaciones. Es decir, mi cuerpo se tensaba debido a las dificultades emocionales que vivía.

Antes de desarrollar esta idea, quiero hacer una aclaración. Con este artículo y mi experiencia, no estoy atacando la medicina occidental. Al contrario, creo que es muy útil y necesaria.

Sin embargo, en mi opinión, a pesar de que ya ha habido algunos avances y cambios en el terreno, es necesario reconocer el papel que juegan los sentimientos en el desarrollo de algunas enfermedades y dolencias.

El cuerpo habla por tus emociones

Las emociones se expresan mediante el movimiento en el cuerpo.

Piensa en estas situaciones: ¿has sentido alguna vez ganas de saltar y bailar tras una buena noticia? ¿has deseado en ocasiones dar un golpe o un portazo en medio de una discusión acalorada? ¿o quizá has tenido ganas de quedarte en posición fetal mientras llorabas?

Todas estas expresiones, son ejemplos de cómo el cuerpo y su movimiento expresan nuestros sentimientos.

Para entender por qué nuestro sentir demanda ciertas actividades concretas, es necesario conocer la función que cumplen las emociones a nivel evolutivo.

Las emociones se formaron para que los animales y nuestros ancestros reaccionaran a los estímulos que se les presentaban.

Así, el miedo apareció para tomar la decisión de “defender” o “huir” ante un depredador. O el amor surgió para crear vínculos dentro una comunidad. Y así con el resto de emociones. Cada una tiene su papel en la vida.

No obstante, vivimos en una cultura donde las emociones no son bien vistas. Todavía hoy en día, muchas personas creen que no deben dejarse llevar por ellas y buscan manejar su realidad siendo racionales.

Cuando éramos pequeños, muchos de nosotros fuimos educados en la negación de nuestros sentimientos con sentencias como “los niños no lloran”, “no te enfades por tonterías” o frases del estilo.

Ante esas creencias, tuvimos que esconder nuestras reacciones emocionales para cumplir con las expectativas que nuestros padres o educadores tenían sobre nosotros. Lo hacíamos porque necesitábamos percibir su amor.

Así, nos veíamos obligados a dejar de sentir, por lo que anulábamos el sentimiento mediante la tensión muscular y la represión del movimiento. Con el tiempo, esos patrones de supresión quedaron instalados en nosotros de forma inconsciente.

Te lo explico con un ejemplo.

La función de la rabia es marcar nuestros límites. Nos enfadamos cuando creemos que alguien ha sobrepasado nuestro terreno.

Hoy en día, puede que nos enfademos si nuestro jefe nos pide trabajar más horas sin cobrar o cuando la pareja traiciona nuestra confianza. Los homínidos del pasado se enfurecían cuando había intrusos cerca de sus tierras o alimentos.

Ante esas amenazas, su solución era ponerse a gritar o golpear para mostrar su fuerza y ahuyentarlos. Como te he explicado, nuestro cuerpo y los de nuestros antepasados reaccionan de la misma forma. Por eso, algunas personas gritan o golpean cuando algo les molesta.

Para no actuar así, algo deseable entre las personas con inteligencia emocional, tensaremos la garganta o los músculos de los brazos, que son las zonas donde la energía se dirige cuando aparece la rabia.

Con el tiempo, estas reacciones se vuelven automáticas y dejamos de percibirlas. El problema es que, cuando las repetimos muchas veces, aparece el dolor.

Por eso, alguien que ha callado mucho sus enfados, puede terminar con afonía o tensión en los hombros.

Entonces, para liberarnos del dolor, necesitamos liberar la emoción escondida que hay tras él.

Ejercicio para expresar tus emociones

¿Pero cómo puedes liberar los sentimientos reprimidos si el proceso de esconderlos es inconsciente?

Acudiendo al origen: el cuerpo.

Cuando te pones en movimiento y lo haces poniendo consciencia en las sensaciones, tus músculos se ablandan de forma que las emociones atrapadas aparecen.

Para relacionarme con el cuerpo de esta manera, yo uso la terapia de movimiento.

La terapia de movimiento es un sistema de diferentes técnicas que tienen como objetivo adentrarte en tus sensaciones y tensiones corporales para que descubras la emoción reprimida que hay en ellas y puedas expresarla.

Es decir, mediante la terapia de movimiento, puedes conectar con la tensión que hay en tus hombros, sentir la rabia que hay en ellos y descargarla en un entorno.

No obstante, a veces, es difícil comprender estos mensajes emocionales que el cuerpo nos manda.

Por eso, complemento la terapia de movimiento con la escritura. Porque, al explicar las vivencias corporales con el lenguaje, es más fácil descubrir cuál es su significado.

Con la unión de estas dos técnicas, he conseguido comprender el origen de mis dolores y liberarme de ellos.

Para entender cómo funciona, lo mejor es practicarlo. Por eso, te explicaré 3 ejercicios que te permitirán probarlo en tu casa.

Meditación para el dolor

Un ejercicio preliminar 

Concéntrate en el área de la sensación que resulta dolorosa. Siente el dolor o la opresión, siguiendo en cada momento los cambios que surjan, notando el color, la intensidad, la temperatura, la frecuencia… Visualiza al cuerpo como un puño que quiere aislar el dolor y no sentirlo. Deja que el puño empiece a abrirse alrededor de la sensación dolorosa. Siente la tensión y la resistencia del cuerpo que intenta cerrarse al dolor.

Sigue abriendo el puño. La más mínima resistencia puede resultar dolorosa. Ábrete. Ablándate. Deja que el puño se abra, momento a momento. ¿Por qué apretar este dolor un minuto más? Visualiza el dolor como una brasa dentro del puño. La carne del puño cerrado se quema con tanto dolor. Ábrelo. Visualiza cómo la palma de la mano se ablanda, cómo los dedos se aflojan.

Dentro del cuerpo el dolor empieza a flotar y fluir libre. Nota cualquier miedo que esté asociado con la liberación del dolor. Reconócelo y deja que se vaya por sí solo, sin esforzarte. Deja que la tensión se disuelva. No intentes agarrar el miedo ni el dolor. No los rechaces. Déjalos estar. Deja que floten libres, sin tensión, suavemente, dentro del cuerpo abierto, blando y sin resistencia. Permanece en ese estado de ecuanimidad durante el tiempo que quieras.

Ahora que puedes ver que el dolor se controla con la mente, entonces quizás puedes entender que el dolor puede experimentarse por la mente en realidad como placer. Una vez dicho esto, examinemos el dolor natural primero y veamos que el convertir este dolor en placer es simplemente ver el beneficio de esta realimentación como una ayuda en saber dónde existe el problema, y aparte de plantear curas reguladoras en marcha, te permite cambiar la conducta o encontrar una manera natural de resolver el problema original.

Examinando el dolor inducido mentalmente por la Identidad, sabemos que la mente puede generar lo que desee, así que se trata de una práctica interesante el convertir el dolor controlado por la mente en placer.

Puede parecer difícil al principio, pero te das cuenta que el sado-masoquismo es una manipulación mental precisamente de ese tipo, en que los practicantes inducen el dolor extremo en realidad con la finalidad de percibir el placer inducido mentalmente que se enlaza con lo anterior.

Ahora bien, no estamos interesados en esa conducta extrema que es un problema psicológico en sí mismo, sino sólo en demostrar que la Identidad puede controlar las experiencias de la mente.

Comprendiendo entonces que el dolor extremo que experimentamos es innecesario y generado por la mente, podemos ejecutar una meditación sencilla que permitirá al auténtico dolor ser atendido mientras que eliminamos la contaminación de la mente.
La Meditación

Como paso preliminar a la meditación debes realizar una simple prueba.

Extiende la lengua y con la punta de tu dedo índice roza ligeramente la punta de la lengua, tan ligeramente que la toca pero afloja el contacto constantemente. Has de intentar mantener ese contacto de la manera más ligera posible.

Házlo ahora antes de seguir leyendo durante un minuto.Ahora la pregunta para ti es: aparte de los pensamientos involucrados en la tarea de mantener el contacto, ¿había algún otro pensamiento presente?

Si has realizado la tarea correctamente sabrás que no hubo ningún pensamiento en absoluto.

Fue porque tu concentración en esta tarea era tan intensa que no había espacio para que entraran otros pensamientos.

Ahora eso es importante de entender, pues cuando hablamos de CONCENTRACIÓN en la meditación, estamos hablando de usar esa misma intensidad y ni una jota menos.

Si lo tienes claro en ese punto, entonces la primera parte de la meditación es concentrarte sobre tu respiración.

Cuando inspiras, sé consciente de tu inspiración enfocando esa misma CONCENTRACIÓN UNIDIRECCIONAL sobre los agujeros de la nariz y detecta el sentido del tacto ligero en la pared interna cuando el aire pasa. Sé consciente también del contacto del aire en los agujeros cuando espiras con esa misma CONCENTRACIÓN UNIDIRECCIONAL.

Puedes ser consciente al mismo tiempo de una ligera incomodidad por el dolor, pero ignora esto y continúa la conciencia de inspirar y espirar. Con la mente así desligada entonces los componentes del dolor extra no serán operativos y el alivio será aparente. Cuando pares la meditación el dolor se habrá calmado hasta un nivel natural… Acepta ese dolor como natural y beneficioso. Cuando la mente entre una vez más para molestarte, entonces usa la inspiración y espiración para volver al estado del dolor natural.

Puedes ver entonces que es importante captar la primera arremetida del excesivo dolor controlado por la mente y empezar la defensa con la respiración inmediatamente.

Este es el método más efectivo y finalmente llegarás a tener tanta práctica que casi se convertirá en una rutina fácil, con el sistema entrando de manera natural, aun sin desear que comience la concentración en la respiración.

Carta de tu dolor

Los ejercicios corporales te conectan con las emociones y te permiten liberarlas. Sin embargo, es posible que, una vez realizados, quieras entender cuál es el origen de esos sentimientos.

Para conseguirlo, te propongo una actividad de escritura.

Una vez hayas realizado el enraizamiento o la vibración (¡o ambos!), coge papel y bolígrafo para darle voz a tu malestar.

Escribe como si fuera esa parte de tu cuerpo la que hablara y déjale que se exprese, sin controlar lo que estás poniendo sobre el papel.

Si te molesta la espalda, permite que diga cómo se siente. Si está enfadada, escribe enfadada. Si crees que está llorando, escribe su tristeza y llora.

Anota todo hasta que sientas que has llegado al final. Al terminar, reléelo y saca tus propias conclusiones.

Como te he dicho, el objetivo de esta actividad es descubrir el mensaje que hay tras tu malestar. Por ejemplo, si te duelen los hombros y tus hombros te dicen que estás harta de estar pendiente de todo el mundo, puedes deducir que te agobian tus responsabilidades.

Una vez descubierto el origen, puedes hacer los cambios necesarios en tu vida para que ese ámbito deje de ser un problema. Una vez desaparecida la dificultad, es posible que tu dolor también se marche.

Puedes hacer estos 3 ejercicios tantas veces como quieras, para un mismo dolor o para diferentes. Lo maravilloso que tienen es que la experiencia cada vez será distinta, porque tu estado habrá cambiado.

El dolor es una metáfora de tu situación personal

Para terminar este artículo, quiero contarte qué es lo que yo llamo la metáfora del dolor.

Al igual que nuestras emociones, los órganos y sistemas que forman nuestro cuerpo tienen una función. Por ejemplo, el intestino delgado se encarga de separar aquello que nos es útil de lo que debemos desechar.

Por lo tanto, cuando tenemos una enfermedad o tensión en alguna parte del cuerpo, hay una función que no podemos hacer de forma correcta o que tiene algún defecto.

Para entender el malestar, podemos extrapolar el cometido de esos sistemas corporales a nuestra situación personal.

Así, si tienes miopía, puedes preguntarte: ¿qué es lo que no quiero ver en mi vida? O si padeces estreñimiento, la pregunta sería: ¿qué ámbito o situación no quiero que dejar ir?

De hecho, te recomiendo que escribas sobre ello: reflexiona acerca del cargo que cumple en tu cuerpo aquella zona que te duele y extrapólalo a tu realidad.

No obstante, no te limites a escribir acerca de tus malestares.

Experimenta con los ejercicios que te propongo en este artículo y déjate llevar por las sensaciones que aparezcan.

A partir de ahí, acostúmbrate a expresar tus emociones hacia el exterior para que no se queden enquistadas dentro, de forma que te provoquen dolor.

Cuanto más fluyan tus sentimientos, menos dolor tendrás y más tranquilo te sentirás.

Cuando no los liberas, se repiten constantemente en tu vida. Pero, cuando salen al exterior, te das cuenta de que ninguna situación es permanente.

Si te ha parecido interesante lo que te he contado, te invito a recuperar la conexión con tu cuerpo. Para ello, te regalo el curso Primeros pasos para escuchar tu cuerpo con herramientas que te permitirán gestionar tus emociones a través de actividades corporales.

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